Opinión - Columnistas
Demagogia acuática Por: Jaime Galvis Vergara

En el afán de ciertos movimientos políticos de torpedear el
desarrollo del País, hay un tema demasiado iterado, el del agua. Según los apóstoles de la sequía,
Colombia está a punto de agotar sus fuentes hídricas, nuestro territorio está a punto de convertirse
en un Sahara.
La minería y la explotación de hidrocarburos según esos
profetas están condenando a la población a morir de sed. Todo esto lo vaticinan sin tener el mínimo
decoro de informarse acerca de la cantidad lluvia que recibe el territorio nacional. Según los datos
comparativos de diversos países publicados por el Banco Mundial y por las Naciones Unidas, Colombia
es el País que presenta el promedio más alto de pluviosidad en el Mundo. Esta información está
alcance del público en Internet.
Un dato muy similar se presenta en el
Estudio Nacional del Agua, realizado por el Ministerio del Medio Ambiente, allí se presentan además
una serie de cifras y conceptos que contradicen toda una serie de “verdades” en boga en el medio
ambientalista. Una de ellas es la riqueza hídrica de los páramos, en los mapas de pluviosidad que
presenta, se observa que además de enclaves secos en el Litoral Caribe en especial la alta Guajira,
hay unos mínimos de pluviosidad media en el lomo de las cordilleras, es decir en los páramos. ¿Si
estos son las fuentes de las aguas de este País de dónde salen esos caudales?
La gran pluviosidad que se presenta en Colombia se refleja en las
continuas inundaciones que afectan grandes áreas de la geografía de Colombia, casi todos los años,
medio País se ve anegado en los meses de lluvias. Los daños anuales en la red vial son enormes,
derrumbes, y avalanchas se presentan casi anualmente, además de la destrucción en zonas urbanas, sin
embargo, este es un tema ignorado por los apóstoles de la sequía. A la histeria contra la minería y
la extracción de hidrocarburos a las cuales se les está atribuyendo una supuesta desertización del
territorio nacional, se está añadiendo en forma larvada, una campaña contra la construcción de toda
clase de embalses y en esto tienen parte unas cuantas ONGs y “fundaciones” sin ánimo de lucro (su
único ánimo es estorbar). Esos profetas de desastres no explican cómo se puedan controlar esos
inmensos caudales, que anualmente arrasan gran parte de la infraestructura del País, sin construir
represas, canales de avenamiento y otras obras que encaucen y detengan las inundaciones. Toda esa
riqueza hídrica debería aprovecharse integralmente en la producción de energía y en canalizaciones
para el transporte fluvial, pero la ignorancia no solamente es atrevida, también mal
intencionada.
En el afán de acatar todo el catecismo ambientalista,
Colombia suscribió el acuerdo Ramsar con el cual un ente burocrático internacional pretende
controlar todos los cuerpos de agua del planeta. Naturalmente el acuerdo Ramsar se encarga de
sacralizar todos los lagos, lagunas, ríos, pantanos y charcas (Estos últimos con el sofisticado
apelativo de “humedales”) sin tener en cuenta que en un país tropical y excesivamente lluvioso los
“humedales” son el peor criadero de insectos transmisores de endemias. Falta saber si el acuerdo
Ramsar va a proteger las enormes zonas de inundación periódica por lo cual los colombianos
tendríamos que desocupar una extensión muy grande del territorio. ¡En este curioso país, los
acuerdos no se firman para erradicar las plagas, sino para promoverlas!
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