Opinión - Columnistas
Señor Empresario Por: José Caicedo Solano*

Los gobiernos, de
la “sociedad de los blancos”, según palabras de ellos, han alcahueteado a esa minga que se ha vuelto
un tanto zángano, por todas las prebendas del estado, llevándose como principio, tener valores
culturales ancestrales, que la verdad, con hombres alcohólicos, mujeres en prostitución desde
temprana edad y niños en la mendicidad, no son valores ancestrales que se deben acoger. El estado no
debe suministrarle limosnas o subsidios, que es lo mismo, sino generar un plan de acción de trabajo,
en donde para su resguardo indígena, debe tener su territorio acorde a su raza y a sus formas
tradicionales de ser, creo, cultivando las tierras, la coca, otros productos de sustento y
comercialización.
No, por ejemplo, ciudades como Bogotá, Medellín,
Bucaramanga, entre otras, tienen que ser refugio de una comunidad mal dirigida, muchas veces por
intereses mezquinos de irresponsables de esa miserable élite social, la cual es acabada, como se
termina una sociedad familiar presidencial, con un hijo calavera y un padre canalla negándolo, para
salvar su pellejo.
Acá a los indios, les pasa, lo que sucede con
muchas comunidades que viven lejos de la metrópoli, en donde los dirigentes regionales son una
porquería analfabeta o se hacen los de los testículos dañados, para recibir ayuda estatal,
embolsillársela y dejar que los niños se mueran por desnutrición, lo que, es decir, física hambre, y
el “líder” con la “física perra” de su guayabo alcohólico.
Las
comunidades indígenas deben ser atendidas, ayudadas, para que sean una digna representación étnica,
con su dialecto, sus trabajos manuales, sus artesanías y una economía que los haga autosuficientes y
algo más, hasta llegar a ser comerciantes, con computadores, neveras, vestidos de corbata, en un
punto terrenal, digno de ser visitado, como un lugar sagrado para el turismo. Es así como se debe
proceder. El Instituto de Bienestar Familiar, debe llevar la bandera, para que, con sus programas,
se conserve con dignidad y alto aprecio a estos estamentos indígenas, ya que ellos son seres
humanos, tiene alma, ya reconocida por las instituciones religiosas, y por tanto igualmente son
hijos de Dios.
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